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Escultura del santo, obra de Cesare Aureli. Basílica de San Pedro del Vaticano, Roma (Italia).
Hoy quiero escribir sobre un joven sacerdote santo, quien con sólo treinta y seis años de vida, dio vitalidad a una Iglesia que necesitaba una transformación urgente. Se trata de San Antonio María Zaccaria, que nació en Cremona (Italia), en el año 1502, siendo sus padres Lázaro y Antonieta Pescaroli. A los pocos meses de nacer se quedó huérfano de padre, por lo que creció bajo la vigilancia de su madre, la cual a pesar de las penurias económicas sufridas como consecuencia de los continuos conflictos de la época, supo desarrollar en su hijo una atracción hacia la caridad para con los pobres y hacia una vida piadosa y carente de todo tipo de lujos.
Sus primeros estudios los realizó en Cremona, pero con dieciocho años de edad se matriculó en la universidad de Padua, de la que salió en el año 1524 como licenciado en medicina. Regresó a Cremona, donde no ejerció la profesión, y donde se puso bajo la dirección espiritual de un fraile dominico, que le inculcó se dedicara al apostolado popular, dando clases de religión y catequesis en una pequeña iglesia dedicada a San Vidal, pero al morir fray Marcelo – que así se llamaba este sacerdote dominico –, su nuevo director espiritual lo encaminó hacia el sacerdocio. Entró en el seminario, se ordenó de sacerdote en el año 1528, y en su primera Misa se vio sorprendido por la aparición milagrosa de un coro de ángeles en el momento de la Consagración. Pronto fue nombrado beneficiado de la iglesia de San Jorge, lo que le proporcionaba una cómoda situación económica.
Sabiendo de las carencias que había de clero, se dedicó totalmente al ministerio sacerdotal, pero como veía que su trabajo no suplía tal carencia, se dedicó a fundar una serie de grupos de seglares, que vivían a nivel personal el Evangelio, y a los que preparó para que le ayudasen en sus tareas apostólicas. Renunció al beneficiado de San Jorge, aceptó ser el capellán de la condesa Ludovica Torelli de Guastalla, y con ella, en el año 1530, se marchó a Milán, donde conoció a dos sacerdotes: Bartolomé Ferraru y Jacobo Antonio Morigia, quienes le acompañarían en sus trabajos apostólicos.

El Santo con sus compañeros y colaboradores. Iglesia de los padres barnabitas de Cremona, Italia.
Allí, se inscribió en el Oratorio de la Eterna Sabiduría, que estaba cercano al convento de las monjas agustinas de Santa Marta, sabedor de que iba languideciendo el fervor en el mismo como consecuencia de la muerte de la Venerable Arcángela Panigarola y del fundador, monseñor Juan Antonio Bellotti. La primera había fallecido en el 1525 y el segundo, tres años más tarde. Muy pronto se convirtió en el cabecilla espiritual de aquella antigua confraternidad, de tal manera que esta floreció bajo su impulso, formándose tres nuevas familias religiosas, que él puso bajo la protección de San Pablo.
La primera fue la de “Los hijitos de San Pablo”, llamados “Clérigos Regulares de San Pablo Decapitado” (o Barnabitas, por el nombre de la primera iglesia milanesa donde se establecieron, que estaba dedicada al apóstol San Bernabé), los cuales fueron aprobados por el Papa Clemente VII el día 18 de febrero del 1533. Ayudado por la condesa Ludovica Torelli de Guastalla, fundó también a las “Hermanas Angélicas de San Pablo Converso”, con un grupo de mujeres que realizaban una labor apostólica en las calles y en los hospitales, Congregación que fue aprobada por el Papa Pablo III, el 15 de junio de 1535. Finalmente, en 1539, fundó a “Los casados devotos de San Pablo”, (o Laicos de San Pablo), congregación de seglares que, aunque estaban vinculados entre sí por el enlace matrimonial, colaboraban con los padres barnabitas. ¿Por qué vinculó a estas tres fundaciones con el apóstol de los gentiles? Lo hizo tanto por su devoción hacia el santo apóstol, como para imbuir del espíritu paulino a quienes formarían parte de estas tres fundaciones.
Convencido de que un gesto vale más que mil palabras, para llamar la atención de los descreídos fieles, envió a los padres barnabitas y a las madres angélicas a realizar actos de mortificaciones públicas en las calles de Milán, convencido de que una drástica demostración externa de vida de penitencia convencería al pueblo mucho más que una predicación formal sobre la penitencia. El pueblo se mostró influenciado de manera muy positiva, pero el clero reaccionó violentamente, acusando ante la Curia romana tanto a Antonio María como a sus discípulos de herejía y de tener ideas revolucionarias. Por este motivo, fue sometido a dos procesos eclesiásticos: uno en el 1534 y otro en el año 1537, pero de ambos salió absuelto.

Lienzo de San Antonio Maria Zaccaria, obra de Mattia Traverso. Iglesia de San Sebastián, Livorno (Italia).
Los hasta en ese momento inquisidores, las autoridades eclesiásticas y el pueblo fiel le permitieron intensificar su labor apostólica, con actividades como la reinstauración de la exposición solemne de las Cuarenta Horas, que aunque habían sido fundadas en el 1527 en la iglesia del Santo Sepulcro para los hermanos de la confraternidad de la Eterna Sabiduría, habían sido clausuradas. Lo intentó en el 1534 no con mucho éxito, pero lo logró en el mes de mayo del 1537. Instituyó la costumbre de que todos los viernes a las tres de la tarde sonaran las campanas para recordar la muerte de Cristo, predicaba no sólo en las iglesias, sino también en las calles, y diariamente impartía charlas espirituales a todos aquellos que pretendían crecer en su vida como cristianos.
Inició – primero entre las “Angélicas” -, la implantación de la comunión diaria, algo impensable en aquel tiempo, se dedicó al apostolado de la dirección espiritual, a las misiones populares e incluso se atrevió a emprender la reforma de algunos monasterios. Pero a lo que verdaderamente dedicó sus mejores empeños fue a la dirección espiritual de las “angélicas”, que era la primera Congregación de mujeres consagradas que realizaban apostolado fuera de los monasterios de clausura, y esto lo hizo incluso renunciando a ser el superior general de su Congregación masculina.
En el mes de mayo del año 1539 fue en misión de paz a Guastalla, población que estaba sometida a interdicto por decisión Papal, que en el derecho canónico es una censura eclesiástica por la cual las autoridades religiosas prohíben a los fieles la asistencia a los oficios divinos, la recepción de los sacramentos y dar sepultura cristiana a los difuntos. Consiguió, aunque con muchísimo esfuerzo, apaciguar los ánimos y arreglar el conflicto, pero esto tanto le afectó físicamente que tuvo que volver a Cremona, junto a su madre, donde murió el 5 de julio de 1539, con poco más de treinta y seis años de edad.
Fue sepultado en la iglesia de San Pablo en Milán, aunque en el año 1891 su cuerpo fue trasladado a la iglesia de los Padres Barnabitas de dicha ciudad. Rápidamente fue venerado como si fuera un beato, pero esta veneración fue suspendida por el Papa Urbano VIII en el siglo XVII. Su Causa fue introducida en la Sagrada Congregación de Ritos el día 20 de septiembre del año 1806, siendo declarado Venerable el día 2 de febrero del año 1849. Fue beatificado el día 3 de enero del año 1890 y finalmente, canonizado por el Papa León XIII, el 27 de mayo del 1897. Su festividad se celebra en el día de su muerte, o sea, el 5 de julio.

Urna con los restos del santo en la iglesia de los barnabitas en Milán, Italia.
Su vida fue tan breve que no se tiene un compendio de cuál fue su doctrina espiritual, aunque es cierto que en él aparecen claros síntomas de un inmenso amor a Cristo, una atracción especial ante la obra apostólica de San Pablo, una lucha feroz contra la tibieza sacerdotal y una entrega total a su apostolado. De él se conservan doce cartas, seis sermones y las Constituciones de las Congregaciones por él fundadas.
No existe ninguna representación iconográfica que nos muestre sus características físicas, aunque sin embargo, en la iconografía sí que están bien representados sus tres grandes amores: la Eucaristía, el Crucifijo y San Pablo. Era considerada una persona tan íntegra y tan pura que desde el primer momento fue conocido como el “padre angelical” o “el ángel hecho de carne” y es por eso por lo que normalmente aparece representado con un lirio. En muchas representaciones iconográficas aparece acompañado por dos compañeros de fundación, a los que se les ha dado el título de beatos, y que son los anteriormente mencionados padres milaneses Bartolomé Ferraru y Jacobo Antonio Morigia.
Antonio Barrero
Bibliografía:
– Gabuzio, A., “Historia de la Congregación de los Clérigos Regulares de San Pablo”, Roma, 1852.
– Premoli, O., “Historia de los barnabitas en el siglo XVI”, Roma, 1913.
– VV.AA., “Bibliotheca sanctórum, tomo II”, Città Nuova Editrice, Roma, 1990.
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