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Reproducción del original de un retrato del Santo que le localiza en el Convento de Santa Cruz de Querétaro.
Hoy, día de su canonización, quiero escribir sobre uno de los más grandes misioneros españoles, San Junípero Serra, gloria de la Orden Franciscana y de la Iglesia Universal. Natural de Petra (Mallorca), nació el 24 de noviembre del año 1713, siendo hijo de Antonio Serra y de Margarita Ferrer, quienes lo bautizaron el mismo día de su nacimiento imponiéndole el nombre de Miguel José. De joven frecuentó la escuela anexa al convento franciscano de San Bernardino en Petra, compaginando la escuela con la ayuda a sus padres en las labores del campo.
Queriendo consagrar su vida a Dios se marchó a Palma de Mallorca y el 14 de septiembre del 1730, vistió el hábito franciscano en el convento de Santa María de los Ángeles. Terminado el año de noviciado, el 15 de septiembre de 1731 hizo la profesión religiosa cambiando su nombre de pila por el de Junípero, el amable compañero de San Francisco de Asís al que admiraba por su simplicidad. Con dieciocho años de edad ingresó en el centro de estudios de la provincia franciscana de Baleares, concretamente en el convento de San Francisco en Palma de Mallorca, donde superó de manera brillante los tres años de estudios filosóficos y posteriormente los teológicos, los cuales terminó en el 1737. Cinco años más tarde se doctoró en Sagrada Teología.
Recibió el diaconado en el mes de marzo del año 1736, pero aunque se ordenó de sacerdote en 1737, no se sabe la fecha exacta ni el lugar de la ordenación. El 19 de marzo de 1738 consiguió el permiso para predicar y el 21 de febrero del año siguiente, la autorización para confesar. Entre los años 1740 y 1743 fue profesor de filosofía y a partir del 1744 y por espacio de cinco años, de teología en la Universidad del Beato Lluch en Palma. Supo unir un gran celo apostólico a los estudios y a sus trabajos como enseñante, e intentaba tratar a todos de manera exquisita, con una afabilidad muy comprensiva. Fue muy admirado por su sabiduría y por sus dotes oratorias, lo que hizo que estuviese predicando por toda la isla de Mallorca, consiguiendo muchas conversiones, especialmente durante las predicaciones cuaresmales.

Retablo de la Misión de San Juan de Capistrano.
A finales del año 1748 sintió una llamada interior que le impulsaba a marchar a tierras de misión. Cuando cumplió los treinta y cinco años de edad no dudó en tomar esa importante decisión, la cual había mantenido en secreto hasta que un discípulo suyo, llamado Francisco Palóu, le confió que tenía la misma vocación misionera; así que después de predicar la Cuaresma en su localidad natal, el 8 de abril del año 1749 se despidió de sus ancianos padres y de sus familiares sin decirles absolutamente nada sobre su inminente marcha hacia el continente americano. No se atrevió a decírselo pero encargó a un fraile amigo suyo para que lo hiciera: “Yo quisiera poder infundirles la gran alegría que llena mi corazón y, si lo hiciera, seguro que ellos me instarían a seguir adelante y a no retroceder nunca”. En realidad ese fue su lema: “Siempre para adelante, nunca para atrás”.
El 13 de abril se despidió de los frailes de su comunidad de San Francisco en Palma de Mallorca y junto con Francisco Palóu zarpó hasta Málaga y de allí, a Cádiz. El 18 de octubre, su nave levó ancla rumbo a San Juan de Puerto Rico, llegando el 7 de diciembre de 1749 a Veracruz. Desde allí, prosiguió su camino a pie hasta la ciudad de México, donde en la mañana del 1 de enero de 1750, fue amablemente acogido por los franciscanos del colegio apostólico de San Fernando, situado en los alrededores de la capital mexicana.
Durante cinco meses se estuvo preparando para desarrollar su actividad misionera entre los indios, pasados los cuales, se puso en camino hacia Sierra Gorda en compañía de Palóu, llegando a Jalpán el 16 de junio. Un joven indígena le enseñó la lengua Pame, tras lo cual, comenzó a predicar a los nativos en su propia lengua, a la cual tradujo también el catecismo y las oraciones más habituales, aunque sin dejar nunca de lado la educación propiamente dicha y la enseñanza de determinados métodos de cultivo más eficaces y la forma de domesticar a los animales que se criaban para la alimentación o para el transporte. De esta manera, ganándose a los nativos, pudo iniciar la construcción de una iglesia de piedra, de estilo barroco, que aún al día de hoy llama la atención y que sirvió de modelo para la construcción de otras cuatro en las restantes misiones.

Escultura del Santo frente a la iglesia de San Francisco de Asís, Palma de Mallorca (España).
A mediados del año 1751 se vio obligado a aceptar la presidencia de las cinco misiones de la Sierra. En septiembre del año siguiente marchó a la ciudad de México siendo nombrado comisario de la Inquisición para la Nueva España, pero en la práctica, no la ejerció. A mediados de 1754 renunció a la responsabilidad de presidir las misiones y, junto con Palóu, continuó desarrollando su apostolado en Jalpán, donde estuvo hasta finales del año 1758.
Por orden de sus superiores tuvo que dejar las misiones para trasladarse a Texas a fin de reconstruir la misión de San Sabas que había sido destruida por los indios apaches, aunque tuvo que abandonar este proyecto pues las autoridades españolas lo consideraron de alto riesgo. Entonces marchó de nuevo al colegio apostólico de San Fernando donde desempeñó el oficio de maestro de novicios entre los años 1761 al 1764. Al mismo tiempo, entre 1758 y 1767, a pesar de su edad y tener un pie herido, recorrió casi cuatro mil quinientos kilómetros predicando misiones populares por diversas diócesis mexicanas. He dicho que tenía un pie herido y esto se le produjo porque al llegar a México le picó un insecto en un pie, picazón que le produjo una gran hinchazón y una úlcera en la pierna que hicieron que prácticamente quedara cojo para el resto de su vida.
Cuando en el mes de junio de 1767 los jesuitas fueron expulsados de todas las posesiones españolas, las misiones de la Baja California fueron asignadas a los frailes franciscanos del colegio San Fernando. A él lo nombraron superior de las mismas y el 16 de julio marchó hacia allí con catorce compañeros llegando a Baja California a principios de abril del año siguiente. Después de estar durante dos años evangelizando aquella península, el 16 de julio del 1769 fundó la primera misión de San Diego de Alcalá. Entonces, marchando hacia la Alta California fue fundando una serie de misiones: San Carlos de Monterey (el Carmelo) el 3 de junio de 1770, San Antonio de Padua el 14 de julio de 1771, San Gabriel el 8 de septiembre del mismo año, San Luís obispo el 1 de septiembre de 1772… y así, hasta nueve misiones a lo largo de toda su vida.

Cenotafio en la Misión del Carmel, Monterrey.
Para defender los derechos de sus gentes tuvo que afrontar con firmeza el mal comportamiento de un comandante español y teniendo en cuenta los contratiempos que le fueron surgiendo, al no poder superarlos, decidió volver a México. A pesar de sus sesenta años de edad, su enfermedad y la distancia de dos mil kilómetros, el 6 de febrero de 1773 llegó al colegio de San Fernando, permaneciendo allí unos meses, viviendo como un fraile más y siendo modelo y ejemplo de conducta para todos los hermanos. Estando en el convento le escribió una carta a un sobrino sacerdote en la que le decía: “En California está mi vida y allí, si Dios quiere, espero morir”. El 13 de marzo de 1774 volvió a la misión de San Diego y el 27 del mismo mes, a la de San Gabriel. A primeros de mayo sintió la necesidad de tener un cierto período de descanso, permaneciendo tranquilo, descansando en el Carmelo (la misión de San Carlos Borromeo en Monterey) mientras otros frailes llevaban a cabo la evangelización de California.
En 1775 quiso dirigir personalmente los trabajos de reconstrucción de la misión de San Diego, que había sido incendiada por unos indios. Cuando el indio cabecilla de los rebeldes fue capturado, fray Junípero escribió al Virrey pidiéndole que le perdonara la vida y así, todos los que fueron capturados, fueron perdonados: “En el caso de que los indios, tanto paganos como cristianos, quisieran matarme, deberían ser perdonados, pues debe darse a entender al asesino, después de un leve castigo, que ha sido perdonado y haciendo esto, cumpliremos la ley cristiana que nos manda perdonar las injurias y no buscar la muerte del pecador, sino su salvación eterna”. Y como sentía la necesidad imperiosa de seguir trabajando, fundó la misión de San Francisco de Asís el 1 de agosto de 1776, la de San Juan de Capistrano el 1 de noviembre del mismo año y la de Santa Clara de Asís el 7 de enero de 1777. Retornó al Carmelo poco después de que Felipe de Neves se instalase en Monterey, ciudad que fue elevada al rango de capital de California en febrero de ese mismo año y desde finales de septiembre al 11 de octubre visitó las misiones de Santa Clara y San Francisco.

Tumba en la Misión del Carmel, Monterrey.
A mediados de 1778 recibió un Breve Pontificio mediante el cual el Papa Clemente XIV, ante la falta de obispos, la concedía la facultad para que durante diez años pudiese administrar el sacramento de la Confirmación y entre el 25 de agosto y el 23 de diciembre, en solo cuatro meses, administró este sacramento a mil ochocientos noventa y siete personas de las misiones de San Diego, San Juan de Capistrano, San Gabriel, San Luís y San Antonio. Durante esos diez años, llegó a confirmar a cinco mil trescientos nueve bautizados.
Se enfrentó con gran coraje al gobernador que quiso suprimir los suministros alimenticios a las misiones fundadas después del 1773. La situación fue mejorando tanto que, en el canal de Santa Bárbara – el área más densamente poblada de toda California -, fundó la misión de San Buenaventura el día 31 de marzo de 1782, siendo la última misión que llegó a fundar en aquellos territorios. El 18 de marzo, terriblemente cansado, agotado volvió al Carmelo.
En el transcurso de quince años, entre 1767 y 1782, “el viejo” (como así le llamaban los indios) desarrolló un intensísimo trabajo de evangelización, fundó nueve misiones, de las cuales derivaron los nombres de importantísimas ciudades californianas, como San Francisco, los Ángeles (allí estaba la misión de San Gabriel), San Diego, etc. Desde los cincuenta y seis hasta los setenta años de edad, cojeando, se recorrió a pie y a caballo, más de cinco mil cuatrocientas millas (unos ocho mil ochocientos noventa kilómetros), soportando en sus viajes unas condiciones infrahumanas y varias enfermedades.
En el mes de julio del 1784 se retiró a la tranquilidad del Carmelo con su compañero Francisco Palóu, con el cual, durante todos esos años, había compartido tantas alegrías y tantos pesares y quién después de muerto el santo, escribió su vida. En las cercanías de Monterey, murió confortado con los últimos sacramentos el día 28 de agosto del año 1784, siendo sepultado en la iglesia de la misión de San Carlos Borromeo, la cual había hecho las veces de su cuartel general. Los indios y los soldados españoles lloraron su muerte y muchos se llevaron como recuerdo, trozos de su hábito o medallas y rosarios con los que tocaron su cuerpo.

Cenotafio en la Misión del Carmel, Monterrey.
Poco después de su muerte, el padre guardián del colegio de San Fernando le escribía al provincial de los franciscanos de Mallorca en estos términos: “Murió como un justo, en tales circunstancias que todos los que estaban presentes derramaban tiernas lágrimas y pensaban que su bendita alma subió inmediatamente al cielo a recibir la recompensa de su intensa e ininterrumpida labor de treinta y cuatro años, sostenido por nuestro amado Jesús, al que siempre tenía en su mente, sufriendo aquellos inexplicables tormentos por nuestra redención. Fue tan grande la caridad que manifestaba, que causaba admiración no solo en la gente ordinaria, sino también en personas de alta posición, proclamando todos que ese hombre era un santo y sus obras eran las de un apóstol”.
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Considerado como el padre de los indios, fue honrado como un héroe nacional y desde el 1 de marzo del 1931 una escultura suya se encuentra en la sala del Congreso de Washington, representando al Estado de California. Incluso la cima de la cadena montañosa de Santa Lucia en California, lleva su nombre.
Su Causa de beatificación se inició en el año 1949 mediante un proceso informativo instruido en la diócesis de Monterey-Fresno. La heroicidad de sus virtudes fue reconocida mediante decreto fechado el 9 de mayo del 1985 y el decreto previo a la beatificación fue promulgado el 11 de diciembre de 1987. Fue beatificado por San Juan Pablo II el 25 de septiembre del año 1988 y su canonización fue confirmada por el Papa Francisco el día 5 de mayo de este año. Hoy es canonizado por el Santo Padre en la Basílica de la Inmaculada Concepción de Washington (Estados Unidos).
Antonio Barrero
Bibliografía:
– Cavalleri, O., “Bibliotheca sanctórum, apéndice I”, Città Nuova Editrice, 1987
– Palóu, F., “Relación histórica de la vida y tareas apostólicas del venerable padre fray Junípero Serra”, Ciudad de México, 1787.
– Piette, M., “El secreto de Junípero Serra, fundador de la Nueva California”, Washington, 1949.
– Possitio de la Causa de Canonización.
Enlaces consultados (20/08/2015):
– www.franciscanos.org/santoral/junipero.html
– https://es.wikipedia.org/wiki/Jun%C3%ADpero_Serra
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