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En este tercer y último artículo sobre San Pedro Canisio vamos a dar algunos rasgos de su personalidad y hablaremos de su Causa de Canonización.
Como dijimos ayer, conocemos especialmente cómo era el santo en base a su testamento espiritual. Teniendo una firme convicción sobre la verdad de la fe católica, convicción que lo inmunizaba contra toda influencia externa, fue inquebrantablemente fiel al sucesor de Pedro y a la Iglesia, de la que comprendía claramente su debilidad, que exponía con agudeza y sinceridad, sintetizando su juicio con unas palabras que se encuentran en muchas de sus cartas: “Pedro duerme y Judas vigila”. Pero esta amarga experiencia no le hizo poner nunca en discusión la esencia de la Iglesia en sí, incluso algunas de sus formas de vida, como por ejemplo el culto a las reliquias, la doctrina de las indulgencias, las peregrinaciones y el culto a los santos, que habían sido deformados y vacíos de contenido por culpa de los abusos. Para él, el conocimiento de estas situaciones de malestar fue siempre un estímulo para trabajar en la eliminación de estas deformaciones.
Pero lo más fundamental en la vida de San Pedro Canisio, fue sin ningún género de dudas, su profundo concepto de lo eclesiástico. En él no se encuentra ningún indicio de desaliento o de desesperación, sino que siempre intenta infundir un nuevo valor a los que dudaban o tenían miedo. El secreto de su fe y su convicción sobre la verdad de la misma fue su constante unión con Dios, siempre presente pese a su intenso trabajo. Su piedad estaba basada en el profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras y en los escritos de los santos Padres, caracterizándose al mismo tiempo por algunas experiencias místicas. Para él fue muy importante la revelación que recibió el día de su profesión religiosa: el 4 de septiembre de 1549, día en que se le apareció el Corazón de Jesús. El mismo nos lo cuenta: “… unde Tu tandem, velut aperto mihi corde sanctissimi Corporis tui, quod inspicere coram videbar, ex fonte illo ut biberem iussisti, invitans scilicet ad hauriendas aquas salutis meae de fontibus tuis, Salvator meus. Ego vero maxime cupiebam, ut fluenta fidei, spei, caritatis in me inde derivarentur. Sitiebam paupertatem, castitatem, oboedientiam: lavari a Te totus, et vestiri ornarique postulabam. Unde, postquam Cor Tuum dulcissimum attingere, et meam in eo sitim recondere ausus fueram, vestem mihi contextam tribus e partibus promittebas, quae nudam protegere animam possent, et ad hanc professionem maxime pertinerent: erant autem pax, amor et perseverantia…”.
Ésta es la traducción: “Hasta que por fin, como abriéndome el corazón de tu santísimo Cuerpo, al que me parecía ver ante mi, me mandaste beber de aquella fuente, invitándome a sacar de tus fuentes, Salvador mío, las aguas de mi salvación. Lo que yo más deseaba es que de allí fluyeran hacia mí torrentes de fe, esperanza y caridad. Tenía sed de pobreza, castidad y obediencia y te suplicaba que me lavaras completamente, me vistieras y me adornaras. Por eso, tras haberme atrevido a acercarme a tu dulcísimo corazón y saciar en él mi sed, me prometiste un vestido tejido con tres piezas que pudieran cubrir mi alma desnuda y muy propias de esta profesión, que eran: paz, amor y perseverancia”. Se trató de una verdadera visión, que es particularmente significativa en la historia de la devoción al Corazón de Jesús.
A pesar de su extrema fidelidad a su tarea evangelizadora, jamás fue fanático. Lejos de las crudas polémicas de su época, él fue extraordinariamente suave y dulce y aunque se vio expuesto a múltiples calumnias, siempre fue moderado e incluso influía en sus amigos para que también lo fueran. En aquellos tiempos tremendamente difíciles siempre supo distinguir entre quienes conscientemente apostataban de la Iglesia, de quienes, aunque se separaran materialmente, eran inocentes, no culpables de apostasía.
Aunque a veces chocó con la Curia romana, demostró su convicción de que un gran número de protestantes no eran apóstatas, sino gente simplemente desencantada por determinadas actuaciones de la Iglesia. Esta posición conciliadora era similar a la mantenida por San Pedro Favre. Aunque hay que decir que en las confrontaciones de su tiempo él siempre se mostró abierto y dialogante, también hay que reconocer que en algunas ocasiones se mostraba extraordinariamente reservado.
Nunca se contagió de las corrientes de pensamiento de su época, pues su profundo sentido de la catolicidad de la Iglesia le había sido inculcado desde su niñez, era la herencia más preciada que le habían dejado sus padres, esforzándose siempre por conservarla íntegra y por defenderla. La fidelidad a su tarea impregnó toda su relación con Dios. Sus oraciones mostraban un fuerte vínculo con la tradición de la Iglesia y siempre estaban entremezcladas con pasajes de las Escrituras. También en esto nunca fue original ni imaginativo, por lo que sus oraciones eran impersonales y generales con la intención de que pudiesen ser utilizadas por cualquiera. El ejemplo más significativo de esta forma de oración es la llamada “Oración general”. En ella era capaz de dar expresión a los pensamientos, necesidades y deseos imperantes en su tiempo, de manera que los fieles pudiesen rezar con sus palabras y con sus corazones, sin tener que pensar quienes eran los autores de tales oraciones.
Sin duda que la vida de San Pedro Canisio estaba inmersa en las influencias de su tiempo, marcada por el humanismo imperante y por las consecuencias espirituales, religiosas y políticas de la Reforma, pero su horizonte personal, sus intenciones siempre permanecieron intactas. El no tenía un programa prefijado para realizar su tarea, sino que siempre se adaptaba a las necesidades del momento. Por eso se explica la gran cantidad de iniciativas, tanto en su actividad sacerdotal, como en la instrucción catequética de los niños o en sus búsquedas de respuestas teológicas. Era capaz de trabajar con mucha facilidad, siendo muy tenaz y muy incansable en su trabajo. Aunque los problemas tuvieran difícil solución él no se desanimaba y así aparece, en numerosos ejemplos, en sus cartas.
Inmediatamente después de su muerte, en Alemania, Suiza y la región austriaca del Tirol, comenzó el culto al primer jesuita alemán, el cual era muy conocido sobre todo a través de sus célebres catecismos. Jacob Keller de Säckingen, que fue profesor del colegio de Friburgo en los últimos años de la vida del santo, recogió toda la información a la que pudo tener acceso y compuso una biografía provisional, que fue divulgada de manera inmediata. En el 1614 apareció la primera biografía editada por Matthäus Rader y dos años más tarde, vio la luz otra escrita por Francisco Sacchini, que era un historiador jesuita.
El proceso de beatificación se inició inmediatamente después de su muerte, aunque quedó interrumpido durante más de dos siglos por la supresión de la Compañía de Jesús en el año 1773. El Beato Papa Pío IX lo beatificó el 20 de noviembre del 1864 y en el trescientos aniversario de su muerte, el Papa León XIII dirigió una encíclica a los obispos y fieles alemanes elogiando las virtudes del santo. Pío XI lo canonizó el día 21 de mayo del 1925, proclamándolo al mismo tiempo Doctor de la Iglesia. Su cuerpo se venera en la antigua iglesia de los jesuitas en Friburgo (Suiza) y aunque murió el 21 de diciembre, su fiesta fue fijada el 27 de abril.
Estando aún vivo se le hicieron dos retratos. Uno es un cuadro pintado al óleo, de autor desconocido y que se encuentra en una propiedad privada en Friburgo y el otro, que esta pintado sobre un cristal está datado en el año 1591. Del siglo XVII se conocen un gran número de grabados, entre los que caben destacar los de Hieronymus Wierx, Rafael Sedeler, Philipp Galle y otros. Sin dudas, copiado de un retrato anterior está la reproducción exacta de su fisonomía realizada en un grabado de Dominicus Custos, datado en el 1620 y conservado en el colegio de San Miguel de Friburgo. En él aparece el santo con una barba en punta, con una nariz pronunciada, con la mirada profunda y con un libro en las manos, que probablemente es su conocidísimo catecismo. En el mismo colegio de Friburgo se conserva un cuadro de Pierre Wuilleret en el que se representa al santo predicando ante el Papa, cardenales, príncipes y nobles. Hagamos mención también de la obra de Cesare Fracassini, expuesta en la Galería de Cuadros Modernos del Vaticano, titulada “La predicación delante del emperador Fernando y del cardenal Otón”.
Antonio Barrero
Bibliografía:
– “Cathechismi latini et germanici”, dos volúmenes editados por Fr. Streicher, Monaco, 1933.
– Kröss, A., “San Pedro Canisio en Austria”, Viena, 1898.
– Schäffer, W., “Pedro Canisio, la lucha de los jesuitas en la Reforma de la Iglesia Católica Alemana”, Göttingem, 1931.
– Schamoni, W., “Le vrai visage des Saints”, Bruges, 1955.
– VV.AA., “Bibliotheca sanctorum, tomo X”, Città Nuova Editrice, Roma, 1990.
O Emmanuel, Rex et légifer noster, Expectatio Géntium et Salvador earum: Veni Ad salvándum nos, Dómine, Deus noster. | Oh Enmanuel, Nuestro rey y legislador, Esperanza de las naciones y Salvador de los pueblos, Ven A salvarnos, Señor, Dios nuestro. |
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